miércoles, 6 de noviembre de 2013

Historias en la historia



Hoy, después de ver un episodio de Mad Men, me puse a pensar en el fenómeno de las ficciones históricas. Por supuesto que no es nada nuevo y, teniendo en cuenta la moda de la novela histórica que culminó hace unos años, era lógico que las series de televisión se apuntasen al carro (¿es una moda que no se está experimentando en el cine? Ahora mismo no recuerdo que haya un boom de cine histórico, pero que alguien me corrija si me equivoco).


Pero, ¿por qué ese afán por recrear el pasado? ¿Qué se busca? ¿Una evasión a épocas más felices? ¿Una metáfora del presente? ¿Una representación fiel de otros usos y costumbres? ¿Contar la misma historia de siempre pero en otro contexto?


Supongo que hay tantas formas de acercarse a las series históricas o de época como series que se atreven con ello. El otro día alguien hablaba de Reign que, sin haberla visto, me da la impresión que va a ser un culebrón CW en una feria medieval.


Salvando pocas excepciones, la novela histórica me parece un artificio poco creíble, aunque muy entretenido, en el que se otorgan a personajes de otras épocas actitudes y reacciones propias de nuestros días, artificiales y anacrónicas en el contexto que se pretende representar. Algo, por otro lado, muy posmoderno. Entiendo lo que Faber quería hacer con Pétalo carmesí, flor blanca, pero no deja de ser un ejercicio de estilo. Si queremos saber cómo era el Londres victoriano, ¿no sería más fácil recurrir a Dickens? Cada época tiene sus códigos y sus restricciones, pero siempre será más honrado acudir a las fuentes coetáneas, aunque nos resulten ajenas, que al filtro que supone una recreación, por muy fiel que quiera ser, si es que acaso la fidelidad entra en los planes del autor.


Visto así, ¿para conocer los años sesenta tendría más sentido ver Mad Men o una película de Doris Day? ¿Cuéntame o El verdugo? Pues probablemente lo segundo y por eso no dejó de sorprenderme el revival sesentero que provocó la serie de AMC. A veces se nos olvida que lo que el señor Weiner pretende es un análisis del hombre actual con la distancia que le otorga la pátina de análisis histórico. Toda la serie es una metáfora de lo que somos ahora, por mucho que al espectador le guste perderse en los muebles de Saarinen y el humo de los cigarros (que, para seguir regodeándonos en la metáfora, son de mentira, por cierto). O que otros la critiquen por no mostrar otras realidades de la época).


Una ficción histórica no solo no es un documental, es que directamente es una estilización, una elección consciente desde nuestra óptica actual de aquellos elementos históricos que queremos destacar, rescatar o criticar (¿Curro Jiménez nos habla de las guerras napoleónicas o del ansia de libertad en la España de los setenta?) Y eso, en el mejor de los casos. En el peor, supongo que no iría más allá del escapismo de una fotografía colorista y sonrisas profident. Solo hay que pensar en lo que prometía algo como Llamen a la comadrona y en la cursilada en que terminó convirtiéndose. Y ahora que esa moda de las ficciones históricas está asentada en España, ¿dónde nos situamos? Sin entrar a analizar engendros como Águila Roja, ¿dónde colocamos aquellas series que sí tienen aspiraciones, como Isabel o El tiempo entre costuras? Porque ni siquiera son adaptaciones de obras antiguas, como se hizo en otros casos.


No sé, no acabo de tener una opinión clara al respecto. Es evidente que una recreación histórica nos es más cercana y más accesible que acudir a un "original", igual que es más fácil ver una peli que leer el libro que adapta. Y yo soy la primera que disfruto con los miriñaques o un buen cardado, vengan de donde vengan. Pero seamos conscientes de que, partiendo de que todo es ficción, una recreación tiene que ser, por su propia naturaleza, aún más artificial. No pensemos que la gente era así o que vamos a aprender historia; por suerte, para eso, siempre nos quedarán los clásicos.

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